Elecciones primarias en Argentina

No llores por mí Argentina. Las elecciones primarias ponen en el podio a un candidato de derechas

Publicado originalmente en irgac.org

Las elecciones primarias, abiertas y obligatorias en Argentina (PASO) confirmaron un giro en el sistema político hacia la extrema derecha. El economista paleoliberatario Javier Milei desde su partido político La Libertad Avanza, obtuvo el 30,04 % de los votos positivos. La tradicional fuerza de oposición de derecha (Juntos por el Cambio, antes Cambiemos) consiguió 28,27% con la candidatura de Patricia Bullrich y Unión por la Patria (fuerza gobernante, que ganó en en 2019 con el nombre de Frente de Todxs) sólo consiguió el 27,27% para el candidato Sergio Massa (actual Ministro de Economía). La izquierda parlamentaria del Frente de Izquierda y los Trabajadores – Unidad (FITU, trotskista) consiguió sólo 2,65% para la candidata Myriam Bregman, mientras que el sector “progresista” dentro de Unión por la Patria (Frente Patria Grande) consiguió el 5,5% para Juan Grabois. Al mismo tiempo, el voto en blanco representó 4,78% del voto positivo, mientras que casi un 31% no votó.

Con una fuerza política novedosa, Milei ganó con violento un discurso anti-estado, proponiendo recortar gran parte del gasto público nacional en 15% del PIB (cuando el gasto primario del Estado nacional es de 24% del PIB), señalando que la “justicia social” es una aberración, o proponiendo la dolarización de la economía. Su discurso se centra en proponerse como oposición a lo que denomina “la casta”, es decir el sistema político tradicional que históricamente ha gobernado. En la mente de Milei, la batalla contra “la casta” habilita avanzar contra los derechos sociales consagrados en las leyes y la Constitución Nacional pues según él las instituciones que los garantizan serían núcleos de corrupción y un atentado a las libertades individuales. Siguiendo una versión pobre de la corriente austríaca en economía política (ej. Hayek, Rothbard), Milei asume que cualquier intervención y acción pública es una violación a la libertad humana, y merece ser barrido. La fuerza política de Milei incluye referentes con posiciones negacionistas respecto de los crímenes producidos por la última dictadura cívico-militar argentina (1976-1983). Su candidata a vicepresidenta, Victoria Villaruel, es hija de un militar defensor de los genocidas argentinos y ha propuesto aumentar el presupuesto militar, al mismo tiempo que sostiene la reducción del gasto público.

De manera sorpresiva, y cuando las encuestas preelectorales marcaban un descenso del apoyo a Milei, pasó a triunfar en las elecciones primarias en buena parte de las provincias argentinas. Si bien hasta ahora sólo se eligieron los candidatos para las elecciones del 22 de Octubre, hay gran probabilidad de que Milei se convierta en el futuro presidente del país. En esas mismas elecciones se renueva la mitad de la Cámara de Diputados y ⅓ de la Cámara de Senadores, así como gobernadores provinciales, diputados y senadores provinciales, e intendentes municipales, entre otros cargos. Si se repitieran los resultados de las primarias, se estima que la fuerza de Milei conseguiría unos 40 diputados nacionales (de un total de 257) y 8 senadores (de 72).

El resultado de las PASO es la conclusión de un proceso que desde hace al menos una década muestra un deterioro sostenido de las condiciones de vida de la población, en el marco de un crecimiento en la precarización laboral y la ampliación de la financiarización de la vida. Entre 2011 y 2023 gobernaron Cristina Fernández de Kirchner (2011-2015) (hoy vicepresidenta por el Frente de Todos), Mauricio Macri (2015-2019) (lider de Cambiemos/Juntos por el Cambio) y Alberto Fernández (2019-2023 (por el Frente de Todos). A la largo de estos tres gobiernos la economía se estancó (el PBI por habitante cayó más de 10%), la inflación se aceleró hasta 120% anual en los últimos meses, y se multiplicó el endeudamiento externo (en particular, desde 2016). Entre 2018 y 2019 Argentina regresó a la órbita del Fondo Moneterio Internacional (FMI) a partir de recibir un crédito por más de 45000 millones de dólares. A todo esto se suman al menos dos sequias generalizadas (2018, 2023), la pandemia (2020-2021) y el impacto de la guerra en Ucrania. En este marco, se amplió el empleo precario y aun los años de crecimiento (ej., 2022-2023) crece aceleradamente el empleo por cuenta propia y el asalariado sin derechos laborales, en la mayoría de los casos con salarios e ingresos que se encuentran cerca o por debajo de la línea de la pobreza. En la actualidad, la pobreza por ingresos supera el 40% de la población, y es más de 50% en el caso de la niñez; el hambre está en torno al 10% de la población.

Estas son las condiciones materiales que dieron a Milei un espacio para crecer, en particular entre las poblaciones empobrecidas de trabajadorxs  y por cuenta propia más precarizados. La crisis social es tan grande y las respuestas de las fuerzas políticas más tradicionales tan limitadas, que una fracción de la población decidió dar un salto al vacío arriesgando los derechos construidos a lo largo de décadas. Cada vez más gente parece convencerse de que la única salida posible es individual, y que cualquier alternativa colectiva sólo consolidará su empobrecimiento.

Una creciente fracción de trabajadoras y trabajadores precarizados, sin empleo formal, o que trabajan de forma autónoma, ha dejado de ver en el Estado un instrumento de progreso colectivo. El discurso de que el Estado pueda ser la solución a las dificultades choca con el deterioro del accionar del Estado de bienestar periférico expresado en una caída sostenida en la calidad de la educación y la salud pública, o en un sistema de transporte público y servicios públicos (luz, gas, telefonía, internet) privatizados que funcionan cada vez peor y son a la vez más costos. Las políticas sociales son cada vez más amplias pero a la vez más insuficientes. Jubilados y pensionados, o beneficiarios de programas sociales ven sus ingresos deteriorarse, frente a un Estado que privilegia el repago de la deuda externa, las demandas del FMI o las necesidades de las grandes empresas que fija precios sin consideración por las necesidades populares.

En una guerra de desgaste, la crisis e inestabilidad económica que sufrimos hace más de 10 años ha operado como mecanismo para la desarticulación de la resistencia popular y favorecido la implosión social general. Los programas sociales extendidos aunque insuficientes actúan como un colchón que hace más improbable una explosión al estilo 2001. Sin embargo, la insatisfacción general con las condiciones de vida, el recorte en el gasto público, el encarecimiento y empeoramiento simultáneo de los servicios públicos (provistos por empresas privadas o públicas), y la inflación en alza, crea condiciones para una rabia generalizada que no logra canalizarse como fuerza social organizada favorable a un cambio a la izquierda del espectro político. Se crea la paradoja de que el capitalismo argentino provoca la multiplicación de las desigualdades pero el Estado en lugar de compensarlas o reducirlas, aparece impotente.

Se cierra una nueva década perdida con un horizonte de renovado empate hegemónico. A diferencia del empate de los años 1960 y 1970, esta vez percibimos grandes niveles de frustración y microviolencias colectivas en el marco de un sistema político cuestionado y fracturado, incapaz de canalizar las ansias de cambio social para vivir mejor, y un capitalismo voraz que sólo ofrece más saqueo y destrucción. El agobio ha conducido a millones de personas a votar convencidos de que es mejor “malísimo por conocer” que “malo conocido”. El resultado no está escrito en roca pero la profundidad de la crisis económica sólo augura una profundización de la crisis social y política.

Las fuerzas políticas tradicionales (los espacios del Unión por la Patria (UxP) y Juntos por el Cambio (JxC) se fragmentan y no parecen ya operar como catalizadores de alguna forma de politización, pues se postulan para conducir un Estado que se presenta ante todxs y simultáneamente como solución y causa de todos los males. La derecha de Milei, con tintes ridículos y payasescos pero a la vez violenta y autoritaria (los “monstruos” de los que hablaba Gramsci) atrae hacia sí lo peor de la crisis: la tendencia a la individualización, el sálvese quien pueda, el aislamiento como formas de autodefensa.

En este contexto el pueblo organizado enfrenta un proceso electoral sin agenda de cambio. Las alternativas dominantes son el capitalismo (del) demente de Milei, la promesa del paraiso por la vía del ajuste sin fin de Juntos por el Cambio, y el mito del capitalismo en serio (o la máquina de humo) de UxP. A la izquierda del campo político, las fuerzas tradicionales no consiguen producir un discurso masificable ni prácticas de resistencia social que sean transversales (y no meramente corporativas); los movimientos nacidos de la crisis neoliberal oscilan entre la fragmentación, la integración sistémica y el aislamiento político. Ni siquiera las coaliciones políticas que más potencialidad transformadora presentaban (como los movimientos eco-socioterritoriales y el feminismo) logran hoy superar ese proceso. Las opciones por izquierda van del entrismo sin salida (o el laberinto de Grabois) al programa correcto aunque insuficiente de una izquierda encorsetadada en sus propios límites (FITU). Si esas fuerzas no logran abrirse definitivamente a las luchas colectivas, callejeras, disruptivas de piqueterxs, docentes y trabajadorxs de la salud, pueblos originarios, y fuerzas populares organizadas en resistencias diversas de disputa del sentido común, la auspiciosa rebeldía popular continuará como ilusión colectiva pero desplegándose aun en campo yermo sin convertirse en esperanza.

Las fuerzas populares deben prepararse para enfrentar la radicalización del ajuste que parece ser el futuro que ya llegó. La implosión social (y no la explosión popular) es producto de un ruido ensordecedor provocado por las promesas vanas de un régimen político en descomposición. El voto a Milei no sólo marca un descontento con las fuerzas políticas tradicionales sino que expresa el deterioro profundo de consensos colectivos y conquistas en el seno del pueblo. La vida cotidiana de millones se hace insoportable y las palabras y promesas no convencen. Es hora de salir a recuperar la conciencia popular en la escuela de la organización y la lucha, escuchando (no predicando), para construir un futuro en el que -como decía Rosa Luxemburgo- todos seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres. No lograremos frenar la crisis social en ciernes si no logramos organizar la resistencia.