La lucha por el poder en Venezuela y la necesidad de una salida negociada

“Se requiere un acuerdo político” Entrevista con Edgardo Lander

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Foto: Ana Robayo/FRL Región Andina

Desde hace casi tres meses, Juan Guaidó se autoproclamó presidente interino de Venezuela, pero el presidente de la República, Nicolás Maduro, sigue en el poder.
¿Por qué se equivocó tanto la oposición de derecha?

Eso está pasando desde la primera victoria electoral de Chávez. Los políticos de la derecha pensaron, desde el inicio del proceso bolivariano, que la salida de Chávez sería inmediata si despiertan a la población. Pero resulta que no, porque el país había cambiado.
En los barrios populares, el pueblo está jugando otro papel y Chávez siempre logró salir fortalecido de todos los momentos de crisis. Por cierto, cabe destacar que el gobierno de Maduro no tiene esta capacidad y apenas cuenta con los recursos financieros para mantener el nivel de los programas sociales. Entonces, volviendo a la pregunta, pese a todo esto, la oposición todavía no reconoce la realidad del país.

¿En qué medida?

La ruta de Guaidó de formar un gobierno de transición y convocar a elecciones generales está sostenida sobre el supuesto de que es posible derrotar incondicionalmente a Maduro, pero eso no va a pasar. Cuando Guaidó planteó la entrada de la supuesta ayuda humanitaria desde Colombia hacia Venezuela, el 23 de febrero, pensó, al igual que el gobierno de los Estados Unidos, que eso sería el comienzo del derrumbe del gobierno de Maduro. Montaron un gran show con un concierto y llegaron algunos presidentes para verlo todo desde la tribuna. Pero nada de lo que ellos pensaron que iba a pasar, pasó.

¿Por qué Maduro se mantiene en el poder a pesar de una crisis económica tan profunda?

El gobierno tiene el control sobre casi la totalidad del aparato del Estado. Tiene el apoyo de las Fuerzas Armadas, aunque uno nunca sabe con seguridad cómo está la situación interna de esta ‘caja negra’. Además, existen grupos armados progobierno, los llamados “colectivos”; y sigue teniendo el apoyo de una parte de la población que, si bien disminuyó, mantiene altos grados de militancia y lealtad.

¿Cómo se explica que el gobierno todavía tenga el apoyo de esta parte de la población?

Para ello se necesita un poco de historia. En la primera década de los gobiernos de Chávez las condiciones de vida mejoraron significativamente. Hubo acceso a alimentos económicos, a salud y a educación. Y aún más importante: ocurrieron cambios político-culturales como la transferencia de poder hacia la población, que tenía un sentimiento de dignidad y la capacidad de incidir sobre su propio futuro. Mucha gente se sentía parte de un proceso de transformación y ya no como un grupo marginado que, antes, ni siquiera estaba presente en el discurso político. Eso contribuyó a la lealtad pronunciada que sigue allí, aunque la gente hoy en día vive peor que en los tiempos previos a Chávez.
Por otra parte, hay todo un sistema clientelar y de control político: muchas familias dependen, mayoritariamente, de los programas del gobierno. Y existen mecanismos para registrar quién va a manifestaciones chavistas y quién no.

¿Eso significa que solo por eso la gente va a la calle?, ¿para apoyar al gobierno?
Sin los programas del gobierno, como los alimentos en las cajas CLAP, sí habría una crisis humanitaria.

A nivel político, esa dependencia permite al gobierno presionar a opositores. La gente está más cautelosa, sobre todo los trabajadores del sector público. Por eso tomé en cuenta, en primer lugar, la dimensión político-cultural del chavismo. Sin esta lealtad grande, que se alimenta de los primeros años del proceso bolivariano, el control clientelar no funcionaría para nada. Y hay otro elemento estabilizador que es el miedo a perder todos los derechos conquistados, bajo un gobierno de derecha.

De hecho, los sectores populares no tendrían muchas ventajas con un cambio de gobierno. ¿Qué puede ofrecer Guaidó?

Lo único que puede ofrecer es una estabilización económica. Para los Estados Unidos es una obsesión demostrar al mundo que, por un lado, “el socialismo” fracasó y, por otro, que es posible la recuperación. Con el solo hecho de levantar sanciones y el ingreso de inversiones podrían tener efectos económicos positivos en, relativamente, corto plazo. Por supuesto, eso no resuelve los problemas económicos estructurales de Venezuela y el objetivo principal no sería mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población. Pero igual, con el gobierno de Maduro no hay ninguna perspectiva de que las condiciones de vida mejoren.

Hace poco la oposición de derecha peleaba entre sí. ¿Cuánto tiempo puede mantenerse la nueva unidad, teniendo en cuenta que los opositores no logran sus objetivos?

Ya en la época de Chávez hubo un sector muy radical de la oposición que pretendía su salida inmediata, mientras que otro dijo que no, que hay que organizarse y participar en elecciones. A partir de 2006 esta última estrategia ganó terreno. A mediados de 2017 la oposición no logró evitar la elección para la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) y nuevamente se fraccionó. El hecho de que hace un año una parte minoritaria de la oposición participara en las elecciones presidenciales y la mayor parte las boicoteara, simboliza la derrota absoluta. Cuando Guaidó llegó a la presidencia de la Asamblea Nacional, en enero, lo hizo con otro proyecto político.

¿Con qué proyecto?

Sobre todo, se basa en la injerencia externa a través de los países del denominado Grupo de Lima y los Estados Unidos, los que pretenden realizar un cambio de régimen, en el cual Guaidó es una pieza. Él apareció casi de la nada, no era muy conocido fuera de su partido, Voluntad Popular, que representa un sector radical de la oposición. Los políticos de los partidos de oposición quedaron sorprendidos por la autoproclamación de Guaidó mientras Trump sí sabía, y al cabo de diez minutos lo reconoció. A él lo siguieron 50 países, entonces, el resto de la oposición decidió esperar y, en un principio, no criticar a Guaidó. Pero en su momento de auge, Lilian Tintori declaró que su marido, Leopoldo López, debería ser candidato presidencial.
Después del 23 de febrero, poco a poco se dieron cuenta que el prometido y rápido cambio de gobierno no se iba a realizar, y aparecieron voces críticas dentro de la oposición en torno a la estrategia de Guaidó.
En este contexto, la opción de una invasión militar de los Estados Unidos pierde fuerza.

Entonces, ¿cuáles son los posibles escenarios para la lucha de poder?

Estamos ante una situación extremadamente riesgosa. La crisis tiene dimensiones internas como el colapso económico y el creciente carácter autoritario del gobierno, pero también tiene que ver con el papel geopolítico de Venezuela que, adicionalmente, calienta el conflicto. Ambos lados están jugando una política de todo o nada, en la cual se trata de exterminar al otro. Y eso solo se puede hacer a través de una vía violenta. No hay condiciones para pensar en la rendición de una de las partes. En esta situación quedan dos opciones: o una escalada violenta o un acuerdo político.

Desde la izquierda crítica lanzaron una propuesta para salir de la crisis política, que en primer lugar prevé un referendo. ¿Que reclaman en concreto?

Necesitamos mecanismos para una salida democrática, pacífica, electoral y constitucional. Por eso hay que tener reglas de juego compartidas, y estas solo se encuentran en la recuperación de la Constitución. Este es el único marco al que se refrieren ambos lados con frecuencia, aunque la derecha la calificó como chavista y comunista, y quería derogarla en los años 2002 y 2003.

Un referendo consultivo es un mecanismo constitucional para salir del empate político. La única pregunta sería: ¿está usted de acuerdo con la relegitimación de todos los poderes públicos nacionales? En comparación con elecciones generales se podría organizar un referendo dentro de un mes, el único requisito sería un mínimo acuerdo sobre un nuevo Consejo Nacional Electoral (CNE) provisional; así, en lugar de que primero salga Maduro y se convoque a elecciones después, sería la población la que, a través de un referendo, decida sobre los siguientes pasos.

Pero ¿quién debería imponer un referendo?

De acuerdo con la Constitución, un referendo de este tipo se puede hacer por la convocatoria del presidente de la República, de la Asamblea Nacional o de diez por ciento del registro electoral, a través de la recolección de firmas. En estos momentos, recolectar dos millones de firmas no es realista y no hay garantía alguna de que el CNE reconocería formalmente las firmas o el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) permitiría el referendo. Si el presidente de la República o la Asamblea Nacional lo convocan, el otro lado lo boicotea. Por eso se requiere un acuerdo político.

Parece que ambos lados viven en mundos paralelos. Si hablamos de las causas de la crisis, de los apagones o la legitimidad de las instituciones, gobierno y oposición de derecha tienen una visión fundamentalmente distinta. ¿Cómo se puede lograr un entendimiento?

Es verdad que ambos lados creen sus verdades. Es difícil colocarse en el papel del otro, entender por qué actúa como actúa. También, por razones diferentes, ambos tienen una profunda desconfianza en torno al diálogo. Para el gobierno es un instrumento del imperialismo americano que quiere invadir militarmente, mientras la oposición de derecha no cree que el gobierno de verdad quiera dialogar.
Primero, los dos tienen que reconocer que no pueden derrotar al otro incondicionalmente y que la situación no puede seguir así. Dentro de la oposición ya hay críticas hacia la estrategia de Guaidó. Y el gobierno tiene que comprender que la mayoría de la población sí quiere cambios, que el país y todos los servicios públicos están colapsando y que no hay posibilidad de que el gobierno resuelva los problemas económicos. Debido al colapso de la economía, el gobierno no se va a mantener eternamente.

Pero, a nivel internacional, más allá de México y Uruguay, tampoco hay muchos actores que impulsan una salida negociada.

Es verdad que la mayoría de los países no puede ejecutar un papel de mediador, ya que apoya a uno de los dos lados. Tenemos informaciones de fuentes cercanas al Secretario General de las Naciones Unidas sobre la cautela que siente la ONU para mantener abierta la posibilidad de jugar un papel como mediador. Puede ser que en algún momento esa sea la última carta para una salida negociada.

Desde la Plataforma Ciudadana en Defensa de la Constitución se reunieron con Guaidó, a principios de febrero, para presentarle su propuesta. Obviamente no la aceptó, pero intentó utilizar la foto con los chavistas críticos para sus fines políticos. ¿Fue una buena idea encontrarse con él bajo estas circunstancias?

Para nosotros, el motivo para este encuentro era la severa amenaza de guerra. Nuestra idea es plantear todo lo necesario para evitarla. Decidimos que en esta situación polarizada y conflictiva era necesario hablar con las cabezas de los poderes públicos enfrentados: Guaidó, en función del presidente de la Asamblea Nacional, y Maduro, como presidente de la República. Sabíamos que todo tiene un costo político, pero tomamos la decisión política más propicia para evitar una escalada.

¿Qué hablaron con Guaidó?

Le planteamos que su política de un gobierno paralelo, la exigencia de una salida inmediata de Maduro y el llamado a una invasión extranjera estaban conduciendo al país al desastre y que él tiene una responsabilidad muy seria frente a esto. Guaidó nos recibió sonriente a puertas abiertas, escuchó, tomó notas y no cambió ni medio centímetro su postura.

Y escribimos una carta a Maduro, en la que destacamos la indispensable necesidad de mantener un diálogo, solicitándole una entrevista. Fuimos a Miraflores (el palacio presidencial) durante tres días seguidos para entregar la carta, pero se negaron a recibir la comunicación.

Dentro de la izquierda internacional todavía hay sectores que se muestran solidarios con el gobierno de Maduro. ¿Qué tipo de solidaridad necesitaría Venezuela?

Todavía hay un dogmatismo de seguir pensando el mundo en términos de la Guerra Fría. Que el mundo se divida en imperialistas y antiimperialistas, quiénes son los amigos, independientemente de lo que hagan. La izquierda comete los mismos errores que en tiempos anteriores, cuando deja de hacer críticas. Necesitamos solidaridad con los pueblos, no con los gobiernos o partidos. En Venezuela seguimos esperando que alguien entienda lo que está pasando en el país, pero ni la izquierda ni la derecha internacional ofrecen ningún tipo de solidaridad real. Una izquierda solidaria debería apuntar a una negociación política y exigir el levantamiento de las sanciones y un programa de ayuda real, no un programa de USAID que está orientado a tumbar el gobierno, sino ayuda de la ONU.

¿Qué queda del chavismo en vista de los resultados decepcionantes del proceso bolivariano?

Queda la experiencia vivida de la movilización social de los primeros años. Pero mientras más tiempo se encuentre Maduro en el gobierno, menos quedará del chavismo. La idea de una transformación socialista ha sufrido en sí misma como posibilidad. Para mucha gente, también en los sectores populares, socialismo y política de izquierda ahora significan autoritarismo, corrupción, ineficiencia y privilegios de unos pocos; el daño para la izquierda es enorme. Venezuela es el primer proceso de transformación estatista-socialista del siglo XXI. Y si eso es socialismo, va a ser el último.

Edgardo Lander es sociólogo, exprofesor de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y uno de los intelectuales de izquierda más importantes de ese país. Miembro del Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo de la Fundación Rosa Luxemburgo. Como “chavista crítico” milita en la Plataforma Ciudadana en Defensa de la Constitución y en la Alianza por el Referéndum Consultivo.