Elecciones anticipadas 2023: ¿los límites de la polarización?

Índice

Resumen

 Los resultados oficiales de la primera vuelta de las elecciones presidenciales anticipadas del pasado 20 de agosto de 2023 dan señales de un fenómeno nuevo en la escena política ecuatoriana: a pesar de que la polarización se ha profundizado en la sociedad, paradójicamente, su efecto electoral parece estar en retroceso. El desempeño de la Revolución Ciudadana (RC) da muestras de un desgaste de su fuerza electoral y los resultados de Daniel Noboa sugieren una demanda creciente por opciones alternativas a la contraposición entre correísmo y anticorreísmo.

 

Elecciones en una coyuntura violenta

En esta coyuntura, hacer un análisis electoral usando datos oficiales de los resultados se siente como describir la punta visible de un iceberg cuya mayor parte está bajo el agua y no se puede ver. Los atroces eventos recientes de violencia muestran que la política formal y el ámbito informal de la criminalidad están relacionados, y que cualquier análisis debe empezar por reconocer que hay dinámicas determinantes más allá de lo que los datos oficiales permiten entender.

En este artículo examinamos los resultados oficiales de las elecciones presidenciales anticipadas del pasado 20 de agosto. La primera vuelta arrojó como ganador a un pelotón de cuatro candidatos: Luisa González, quien obtuvo casi 34 %, candidata del
correísmo;[2] Daniel Noboa, con 23 %, candidato joven, hijo de Álvaro Noboa, ajeno a la polarización correísmo/anticorreísmo; Christian Zurita, con 16 %, reemplazo del candidato asesinado Fernando Villavicencio y alternativa que mejor encarnaba el anticorreísmo; y Jan Topic, con 15 %, una figura nueva en la política nacional, abanderado de un discurso de mano dura contra la delincuencia. A ellos se suman dos candidatos con votaciones modestas: Otto Sonnenholzner con 7 % y Yaku Pérez con 4 % —este último retrocediendo marcadamente desde el casi 20 % alcanzado en 2021—; y dos candidatos con votaciones marginales: Bolívar Armijos y Xavier Hervas,[3] ambos con menos del 1 %.

A continuación ponemos estos resultados en el contexto de las elecciones presidenciales de los años anteriores y de las tendencias de opinión pública de los últimos 15 años. Específicamente, los contenidos abordados incluyen 1) una revisión del desempeño electoral de la RC en 2023, comparado con los ciclos electorales de la última década; 2) tres hipótesis para explicar el techo electoral que ha representado el
“límite” del correísmo en 2021 y 2023; 3) un repaso del desempeño electoral de Daniel Noboa; 4) un análisis del desempeño de Yaku Pérez, y 5) un breve comentario sobre el voto nulo, a modo de cierre.

¿Ha habido una recuperación del correísmo después de 2021?

Los resultados de la primera vuelta de 2023 muestran una aparente recuperación de la RC con respecto a las elecciones presidenciales de 2021. En el resultado oficial, Luisa
González alcanzó el 34 % de los votos válidos (en 2023), cuando Andrés Arauz había obtenido menos del 33 % (en 2021). Ciertamente, el músculo electoral del correísmo recuperó cierta votación ­­en varios territorios —o, por lo menos, González no retrocedió con respecto a los votos alcanzados por Arauz—.

Esta aparente recuperación, sin embargo, debe ser examinada a la luz de los datos. Mirando con cuidado, hay dos elementos que sugieren, más bien, la presencia de importantes fisuras en el aparato electoral del correísmo.

En primer lugar, la recuperación se da principalmente en provincias pequeñas en cuanto a número de electores, donde la votación por el correísmo venía retrocediendo desde los últimos tres ciclos electorales. Además, y sobre todo, la recuperación no es tan significativa cuando se considera el número de candidatos que participaron en la contienda. En 2021 Andrés Arauz compitió entre 16 candidatos y Luisa González estuvo en una papeleta con apenas ocho. El efecto matemático del número de candidatos sobre los resultados no consiste, como la idea imprecisa de la “dispersión del voto” sugiere, en que a mayor número de candidatos cada uno recibe menos votos. Hay, sin embargo, una diferencia categórica entre las contiendas de “muchos” candidatos —específicamente más de 13— y todas las demás, que son los casos más comunes. En elecciones de más de 13 candidatos, los primeros lugares acumulan un menor porcentaje del total de votos, en promedio, en comparación con el resto de elecciones. Luisa González, compitiendo entre ocho, debía acumular más votación que Arauz compitiendo entre 16. Pero ese no fue el caso: ambos alcanzaron la misma votación.

La recuperación de la votación en varios territorios es modesta y se explica parcialmente por el número de candidatos en la papeleta. En el supuesto hipotético de que hubiera habido un número similar de candidatos en 2023 y en 2021, es absolutamente razonable especular que el correísmo habría alcanzado incluso una menor votación. Entre los territorios donde se observa una recuperación están, efectivamente, Pichincha y Azuay, dos de las siete provincias más grandes en cuanto a número de votos, pero la recuperación es muy marginal en comparación con la caída que se observa en esas provincias —que antes eran bastiones correístas— desde las presidenciales de 2017 y 2013.

El segundo elemento es más decidor, pues muestra las fisuras en el músculo electoral de la RC de manera aún más evidente: a pesar del menor número de candidatos en 2023 y, sobre todo, del esfuerzo y la maquinaria de campaña[4] puestos al servicio de la candidata González para amasar el mayor número de votos posible en los bastiones de la RC propiamente dichos, la votación de esta candidata retrocedió con respecto a la de Arauz en Guayas, Manabí, Los Ríos y El Oro.

Estos retrocesos son importantes porque van contra la tendencia general de recuperación del año 2023, ocurren en los bastiones que además son las provincias con el mayor número de electores y son una señal indiscutible de que algunos electores que en años anteriores dieron su voto a una opción correísta este año prefirieron otra alternativa o votar nulo.

Tres hipótesis sobre el techo electoral del correísmo

La revisión detallada y geográfica de los resultados explica la mecánica del retroceso de la fuerza electoral de la RC. Pero esa es la pregunta fácil. La pregunta difícil es ¿por qué? ¿Por qué el correísmo tiene dificultades para conquistar la presidencia si, según datos de opinión pública, tiene una aceptación mayoritaria en el electorado? La figura política mejor valorada en el Ecuador es el expresidente Rafael Correa. Dependiendo de la fuente y de la pregunta específica, 40-70 % de las personas tiene una imagen positiva de él, ya sea en términos de aceptación, credibilidad o aprobación de su gestión. Según datos recientes de Comunicaliza,[5] alrededor de 35-40 % de los electores se definen como simpatizantes del correísmo. ¿Por qué entonces el correísmo no consigue más de 25-30 % de apoyo electoral desde hace varios años? A continuación tres hipótesis
al respecto.

La primera hipótesis es que los mismos electores de inclinación correísta no quieren volver al pasado que prometen sus candidatos. La campaña de Arauz en 2021 y de González en 2023 consisten, en resumen, en volver al pasado, cuando las cosas estaban mejor.

Desde el histórico triunfo de Rafael Correa en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2013, con 57 % de los votos, el apoyo al correísmo ha disminuido en la última década. Lenín Moreno, candidato ungido en 2017 por Rafael Correa, obtuvo en primera vuelta 39 % de los votos válidos, 18 puntos menos que Correa en 2013; en 2021, Andrés Arauz obtuvo casi el 33 % de los votos válidos en primera vuelta, alrededor de siete puntos menos que Moreno en 2017; y Luisa González acaba de alcanzar la misma votación que Arauz, reiteramos, incluso con la ventaja de competir entre menos candidatos y con la particularidad de que no sostuvo la votación en los bastiones de la Costa.

Datos de opinión pública muestran un fenómeno interesante. Alrededor de los años 2014-2016, cuando el apoyo electoral al correísmo empezó a disminuir, se observa también que ciertas tendencias en la percepción sobre el bienestar de las personas se revierten y deterioran. Según datos del Barómetro de las Américas del Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP), la evaluación de los ciudadanos sobre la situación económica del país, ­que venía en ascenso entre 2008 y 2014, cambió de rumbo y se volvió cada vez más negativa entre 2014 y 2019.

Más importante aún es que esta tendencia a la baja se observa tanto en los individuos de simpatía correísta como en aquellos de afectos anticorreístas. Es decir, incluso aquellos individuos identificados como favorables al correísmo, que aprueban la gestión del presidente, simpatizan con su partido, votaron por él y estarían dispuestos a votar por él nuevamente —variables utilizadas para caracterizar a este grupo— empezaron a percibir la situación del país como peor que antes.

La misma tendencia se observa al tomar en cuenta la percepción de la situación económica personal o la percepción del ingreso familiar. Por supuesto, estas variables están correlacionadas, pero lo interesante es que alrededor de 2014-2016 incluso los individuos que simpatizaban con el correísmo empezaron a tener percepciones menos favorables de la situación general.

Para cuando Andrés Arauz compitió por la presidencia en 2021, con la promesa de regresar al pasado, se encontró con un electorado que no tenía percepciones positivas del pasado reciente. Al contrario, muchos de sus posibles electores, que habían dado su voto al candidato correísta en elecciones anteriores, estaban abiertos a considerar una alternativa. Esta es una de las razones por las que Xavier Hervas y Yaku Pérez pudieron captar una votación importante.

¿Cuál era el clima de opinión pública en las elecciones anticipadas de agosto de 2023? El deterioro de las percepciones de la situación en general ha continuado y se ha profundizado en el Ecuador. Datos recientes de Perfiles de Opinión[6] indican que solo 5 % de los encuestados cree que la situación económica del país va a mejorar, solo 6 % considera que la situación política va a mejorar, y solo 4 % piensa que el país va por buen camino. Datos recientes de Click Report[7] indican que 91 % de las personas creen que la situación del país es mala, y 78 % ven su situación personal como mala.

Los indicadores inmediatos de opinión pública reflejan un gran apetito del electorado por un cambio. Pero los indicadores de los últimos años ponen en duda que se trate de un anhelo por regresar al pasado, “cuando estábamos mejor”, el eslogan del correísmo, simplemente porque las preferencias electorales no funcionan así.

Es más difícil anclar la memoria de los electores a un pasado distante. En la era del gobierno del presidente Correa, las percepciones de bienestar fueron positivas hasta 2013, pero desde 2014, todavía en su administración, las impresiones empezaron a revertirse. Lo que ocurrió en la primera vuelta de agosto de 2023 es similar a lo que pasó en la primera vuelta de 2021. La promesa de volver al pasado en realidad no contribuye tanto en una actual campaña presidencial. Al contrario, al ver los indicadores de opinión pública de hoy, así como ocurrió en 2021, el clima es más favorable para las alternativas no correístas, y el reto de la RC era recuperar los votos que se desgranaron en las anteriores elecciones presidenciales. Eso evidentemente no ocurrió.

La segunda hipótesis es que el correísmo tiene dificultades para captar votos con el mensaje de que antes estábamos mejor porque gran parte del electorado actual no experimentó de manera directa los beneficios materiales que alcanzaron a buena parte de la población en la primera mitad de la administración de Rafael Correa.

De acuerdo a las proyecciones más recientes del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, alrededor del 35 % de la población del Ecuador tiene entre 10 y 29 años de edad, y alrededor del 17 % está entre los 20 y 29 años. Los electores que hoy tienen 20-29 años son personas que en 2013, la última vez que Rafael Correa estuvo en la papeleta, tenían entre 10 y 19 años, y por tanto la gran mayoría de ellos no votaba. Pero, más importante aún, eran personas que todavía no estaban en la fase considerada formativa para las normas y los afectos políticos según la psicología social,[8] y no fueron favorecidos directamente por los beneficios tangibles que aparecieron con la expansión de la política social: no recibieron becas para estudiar en el extranjero, no fueron parte de la expansión del empleo en el sector público, no recibieron créditos productivos ni hipotecarios para emprender negocios o comprar bienes, si interactuaron con una burocracia más eficiente, lo hicieron tempranamente, y difícilmente eso se traduce en afectos políticos.

El segmento de la población entre 30 y 49 años que probablemente se benefició de los créditos, las becas y los empleos en el sector público, habiendo recién salido de la universidad o habiendo empezado algún emprendimiento productivo, hoy corresponde apenas al 25 % de la población. Demográficamente, quienes tienen memoria directa del bienestar material del correísmo temprano son, en términos relativos, menos que quienes crecieron, se convirtieron en adultos electores y fueron socializados en una sociedad donde el correísmo era uno de los dos extremos de un país polarizado. Muchos de quienes hoy son votantes jóvenes asimilaron la noción del “correísmo” más simbólica que materialmente; muchos otros se sienten ajenos a la gramática del correísmo/anticorreísmo y hoy son electores abiertos a dar su voto a una alternativa por fuera de esta lógica binaria.

Finalmente, la tercera hipótesis es que el correísmo como conjunto de símbolos
—eslóganes, fotografías, música, videos, logos de una época anterior— es una marca que se ha desgastado simbólicamente por el cambio de tono y emociones que evoca y representa. La raíz de esta línea de argumento está en la propia imposibilidad de definir lo que es el carisma, algo que el propio Max Weber ya comentó: es imposible describir qué es “carisma”, pero todos sabemos reconocer a un líder carismático. Rafael Correa lo era.

Más recientemente, una variante de esta cualidad subjetiva ha sido estudiada en la ciencia política de manera más acotada, haciendo de la simpatía una variable para cuantificar. A través de encuestas de opinión, la investigación indaga qué tan simpático/a es un/a candidato/a frente a los electores y cómo esa apreciación repercute en sus decisiones electorales. Esta línea de investigación ha mostrado que la percepción de simpatía no influye sobre todos los electores por igual: es más determinante en aquellos menos informados y más desconectados de la conversación pública sobre política.[9] Además, al parecer, la simpatía va en doble vía: no solo importa qué tan simpático es el candidato, sino cuánto los electores perciben que este tiene afecto por ellos.

Es imposible no pensar en esto en paralelo de las tendencias de percepción de bienestar revisadas anteriormente. En sus primeros años de gobierno, Correa y la RC representaban un aire nuevo, un cambio que seducía, un estilo diferente en estética y retórica que irrumpía en la escena política y, ciertamente, la cristalización de una revancha contra las élites y la política tradicional. A medida que pasó el tiempo —y no sería impreciso ubicar el punto de inflexión alrededor de 2013—, la retórica dejó de ser el mensaje de cambio y en el contenido aumentaron la dosis de revancha y, sobre todo, la permanente acusación de persecución.

Desde los últimos años de la administración de Correa, pero especialmente durante la administración de Lenín Moreno, la retórica del correísmo ha sido, en resumen, la queja y el lamento por la persecución, y la promesa permanente de un eventual retorno para vengar los agravios recibidos. La narrativa del lawfare, el constante señalamiento de las consecuencias del llamado “trujillato”, el eslogan de “los corruptos siempre fueron ellos”, y las señales concretas y tangibles, como el exilio de varios líderes o el encarcelamiento del exvicepresidente Jorge Glas, son, ante todo, elementos simbólicos que no representan esperanza sino revancha y agravio.

El nuevo segmento demográfico mayoritario de electores jóvenes no tiene memoria de los beneficios materiales del correísmo ni de la sensación de cambio y esperanza que evocaba su mensaje. Al contrario, conocieron el correísmo como símbolo de una época anterior, pero cuyo discurso no habla de esperanza sino de revancha y agravio. No sorprende que estén abiertos a votar por una alternativa distinta.

Daniel Noboa, ¿candidato por fuera de la polarización?

Como señala Santiago Basabe,[10] las explicaciones que se han dado del resultado de
Daniel Noboa resultan insuficientes. Especialmente, decir que su triunfo electoral se debe a su gran desempeño en el debate presidencial resulta bastante insuficiente para explicar un ascenso meteórico de casi 20 puntos en intención de voto en las últimas dos semanas antes de la primera vuelta.

Sin duda el debate influyó. Datos de Comunicaliza[11] muestran que casi el 70 % de los electores encuestados lo vieron total o parcialmente y un adicional 12 % hizo el esfuerzo por enterarse de qué pasó. Más notable aún, el segmento demográfico que más sintonizó el debate fueron los electores de entre 21 y 35 años —reiterando, ¡este segmento incluye mayoritariamente a los electores jóvenes a los que nos referíamos en la sección anterior!—.

Los comentarios de observadores como Francisco Montahuano y Sebastián Arrieta[12] resultan más iluminadores. Ambos apuntan que el trabajo en territorio (invisible para las élites de las ciudades centrales) fue lo que marcó la diferencia. Más precisamente, el argumento es que ese trabajo se concentró en ciudades pequeñas o intermedias donde había muchos votos disponibles, era más fácil hacer una campaña cara a cara, y la de
Noboa desplegó una infraestructura importante con las brigadas médicas de su madre y con promesas de empleo.

Muchísimos factores influyen sobre el resultado de una elección. Aquí agregamos una observación estructural que va en línea con el análisis presentado en este documento. En los territorios donde Noboa tuvo un gran desempeño había muchos votos “disponibles” porque eran territorios donde 1) el correísmo ha estado en retroceso desde los últimos tres ciclos electorales y 2) el clivaje correísmo/anticorreísmo era determinante para la minoría —no la mayoría— del electoradolocal. La magnitud de la polarización varía geográficamente, aunque esto es muy difícil de mostrar empíricamente con los escasos datos de opinión pública disponibles. La conjetura aquí es que Noboa apuntó a los votos que estaban verdaderamente en disputa, que están en las provincias intermedias, donde la intensidad de la polarización correísmo/
anticorreísmo es menor, donde hay más electores ajenos a ella y, por tanto, son más fáciles de captar por una opción alternativa. Una mirada a la distribución de votos por provincia corrobora parcialmente esta conjetura.

No hay una regularidad perfecta sin excepciones, pero el mejor desempeño de Noboa se observa precisamente en las provincias intermedias en número de electores. En varias de estas provincias, Noboa tiene mayor concentración de votos que tanto la alternativa correísta como la que encarnaba el anticorreísmo de manera más explícita: el candidato Christian Zurita.

Por otro lado, en las siete provincias más grandes, que abarcan el 70 % de los electores en el Ecuador, considerando el pelotón de los cuatro candidatos de mayor votación, Luisa González ocupa el primer lugar con amplia diferencia, a excepción de Tungurahua. Aquí es donde el correísmo tuvo su peor votación (apenas 15 %, nada nuevo, en 2021 fue igual) y Daniel Noboa tuvo su mejor desempeño (36 %).

A la luz de los resultados, la conjetura se mantiene: no es que Tungurahua sea una provincia anticorreísta propiamente dicha, Zurita alcanzó apenas el 22 % ahí después de todo. Es que Tungurahua es una provincia prácticamente intermedia —la más pequeña de las siete más grandes—, donde la intensidad de la polarización es menor y el electorado tiene apetito por una alternativa.

El desempeño de Yaku Pérez sin Pachakutik

Sería impreciso atribuir todo el descenso en la votación de Yaku Pérez a la ausencia de Pachakutik como organización central de su campaña. El candidato como individuo sufrió un desgaste desde 2021 y su retórica en 2023 fue disonante con un electorado cuya mayor preocupación era el incremento de la violencia y la criminalidad. Es decir, fueron muchas carencias las que afectaron su desempeño y muchas circunstancias de coyuntura las que dieron la ventaja a otros candidatos.

Como observación breve, es importante notar que la composición interna de la votación de Pérez no cambió significativamente entre 2021 y 2023.

En 2021, el mejor desempeño de Yaku Pérez fue en Azuay, provincia donde era prefecto y donde llevó a cabo una misión humanitaria muy activa durante la pandemia, que incluso alcanzó a las provincias aledañas de Cañar, Zamora y El Oro. El otro caudal importante de esas elecciones vino de Pichincha, concretamente de los electores progresistas que preferían una alternativa no correísta. Por simple tamaño, otra porción importante vino de Guayas, a pesar de que el desempeño del candidato en esa provincia fue relativamente modesto.

En 2023 se observa que las mayores contribuciones a su votación vinieron de Pichincha y Azuay. Notablemente, a pesar del descenso del candidato, Azuay se mantuvo como un componente importante de su electorado. Y la contribución de las provincias de la Sierra centro, Cotopaxi, Chimborazo y Tungurahua, se mantuvo constante en términos relativos. En resumen, Yaku Pérez acumuló mucho menor votación en 2023 que en 2021, pero la distribución geográfica de su votación se mantuvo igual en términos relativos, lo que muestra una constante en las preferencias de los electores en diferentes territorios.

Qué esperar en la segunda vuelta y el papel (determinante) del voto nulo

Todo lo anterior lleva a la pregunta obvia de qué va a pasar con los votos de los demás candidatos en la segunda vuelta. Todavía es muy temprano para elaborar un modelo al respecto. La matemática simplista del comentario político actual sugiere una ventaja evidente para Daniel Noboa, quien ajustaría más votos que Luisa González, dice esta narrativa, simplemente porque la suma de la votación de los candidatos de centro-derecha y de la alternativa abiertamente anticorreísta (Zurita) es mayor que los votos que puede amasar la candidata de la RC.

Para cerrar, exponemos dos consideraciones que ponen en duda esta narrativa. La primera, reproduciendo la acertada observación de Juan Lorenzo Maldonado, director de Aequus Economics, a diferencia del voto de Luisa González que es un voto “duro”, el voto de Daniel Noboa es frágil. Se compone de varios segmentos: un voto antisistema, un voto de sarcasmo, apegado afectivamente a lo que representa “Alvarito” en el imaginario cultural ecuatoriano, y, sobre todo, un voto que fue “estratégico” en primera vuelta (para evitar que la RC gane o por cualquier otra razón), entre otros.

Pero ahora, confrontados con las dos opciones concretas en segunda vuelta, las cosas se ponen más serias y cierto segmento de ese voto se la va a pensar dos veces. Algunos de los electores de Noboa en la primera vuelta votarán nulo y otros incluso se pasarán a votar por Luisa González. La pregunta es sobre las proporciones: cuántos y a dónde irán. Esa es la cuestión que determinará el resultado y es temprano para saberlo, pero la segunda vuelta de 2021 nos dejó una lección.

Andrés Arauz terminó la segunda vuelta con una ventaja de más de 13 puntos por encima de Guillermo Lasso, tenía la votación mayoritaria de seis de las siete provincias más grandes que comprenden el 70 % de los electores y podía contar con gran parte de la votación de varios candidatos, especialmente del segmento progresista que apoyó a Yaku Pérez, que difícilmente iba a votar por un banquero conservador de derecha. La diferencia era muy difícil de remontar.

¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Cómo pudo ganar Guillermo Lasso?

Yaku Pérez abanderó una campaña por el voto nulo. Los votos que se le desgranaron al correísmo y se fueron con Pérez en determinadas provincias clave —¡pero no en todas!—eran votos progresistas que apoyaban una alternativa no correísta. Este fue el caso de los electores en Pichincha, Azuay e Imbabura, provincias de trayectoria correísta muy estable en las elecciones anteriores.

Al tener solo dos opciones en la papeleta en la segunda vuelta, esos votos progresistas podían plegar con el correísmo haciendo de tripas corazón o convertirse en votos nulos, lo que significaba un “déficit” para Andrés Arauz. Estos votos no “regresaron” a la senda correísta y, debido a la forma en que se cuentan los votos en el Ecuador, favorecían a Lasso, simplemente porque disminuían la distancia en términos de votos válidos (los votos nulos no entran en el denominador para calcular el porcentaje final sobre los votos válidos).

Esto no aplica para todas las provincias: votos que habían ido a Yaku y se convertían en nulos en algunos lugares de la Sierra centro y de la Amazonía perjudicaban a Lasso, en promedio, porque varios de estos territorios eran lugares de apoyo mayoritario a Lasso en elecciones anteriores. Pero esos casos acumulan mucho menos votos que Pichincha
y Azuay.

Al contrario de la idea que circulaba en 2021 de que “el voto nulo favorece al candidato que va primero”, el que venía sistemáticamente de quienes apoyaron a Yaku en provincias clave en realidad favorecía a Lasso, porque representaba un déficit para Arauz. Lasso tenía la posibilidad de empatar con Arauz si el nulo llegaba al 13 % (ya por encima del histórico 12 % alcanzado en la primera vuelta de 2006), y lo que pasó fue que el nulo superó ese umbral, llegó al 16 %, y Lasso se coronó como presidente, habiendo tenido menor probabilidad estadística de ganar.[13]

Este año hay que poner atención a una dinámica parecida. La composición interna de la votación de los candidatos y el nivel, pero sobre todo la distribución geográfica del voto nulo, pueden determinar el resultado.

La segunda observación a la aritmética simplista sobre los votos que Noboa podría acumular es considerar a Jan Topic como candidato de derecha. En las seccionales de 2023 aprendimos justamente eso con Pedro Freile en Quito: una cosa es cómo la clase política y el periodismo definen al candidato, y otra es cómo lo percibe el electorado. Algo en Freile le hacía atractivo frente a votantes que también se inclinaban por Yunda, y la lección es que los electores no votan por la definición ideológica que recibe un candidato, sino por la forma en que lo perciben. Eso es lo que habría que estudiar en Topic. Hacer proyecciones de su potencial electoral en referencia al “voto de derecha” que va a transferir a Noboa sería un error por estas razones. Los electores de Jan Topic son, aparentemente, los determinantes.

Elecciones anticipadas 2023: ¿los límites de la polarización?

Autor: Javier Rodríguez S.

Publicado por: Fundación Rosa Luxemburg Oficina Región Andina
Miravalle N24-728 y Zaldumbide
Teléfono: (593-2) 2553771
info.andina@rosalux.org / www.rosalux.org.ec
Quito· Ecuador

Coordinación de la publicación: Belén Cevallos
Revisión del texto: Verónica Vacas
Diseño: Freddy Coello
Foto portada: Galo Paguay

Esta publicación fue auspiciada por la Fundación Rosa Luxemburg, con fondos del Ministerio Alemán para la Cooperación Económica y Desarrollo (BMZ). El contenido de la publicación es responsabilidad exclusiva del autor/a y no refleja necesariamente la postura de la FRL.

Este material está bajo licencia Creative Commons “Reconocimiento-CompartirIgual 4.0 Unported” (CC BY-SA 4.0). Para consultar el acuerdo de licencia, véase https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/legalcode.es, y un resumen (no sustitutivo) en https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.es.

Se pueden utilizar partes individuales de esta publicación si se hace la referencia apropiada a la obra original.

[1] Investigador sénior en Equis Research, PhD en Sociología por la Universidad de Wisconsin-Madison, analista de temas electorales y de opinión pública.

[2] En el presente análisis usamos “correísmo” y “Revolución Ciudadana” de manera intercambiable. Ambos se refieren al movimiento político del expresidente Rafael Correa.

[3] Hervas también se postuló como candidato en 2021 por la Izquierda Democráctica y alcanzó alrededor del 15 % de los votos válidos.

[4] La base de operaciones de la campaña de la RC estuvo en Guayaquil, fue liderada por Marcela Aguiñaga, prefecta de Guayas, y se concentró en movilizar a los operadores políticos de la provincias de mayor apoyo correísta como Guayas, Manabí y El Oro. En Manta (Manabí), por ejemplo, la RC hizo muy visibles los pactos alcanzados para recibir el apoyo electoral de figuras empresariales locales como la familia Zambrano.

[5] https://twitter.com/amarchante/status/1671209872405278740?s=20

[6] https://twitter.com/PerfilesOpinion/status/1661367749468213258?s=20

[7] https://clickresearch.ec/wpc/click-report/

[8] Krosnick, J. A., y Alwin, D. F. (1989). Aging and Susceptibility to Attitude Change. Journal of Personality and Social Psychology 57, 416-425.

[9] Redlawsk, D. P., y Lau, R. R. (2006). I like him, but…: Vote choice when candidate likeability and closeness on issues clash. En: David P. Redlawsk (editor), Feeling politics: Emotion in political information processing, 187-208. Nueva York:
Palgrave Macmillan US.

[10] https://www.primicias.ec/noticias/firmas/sorpresa-daniel-noboa-segunda-vuelta/

[11] https://twitter.com/amarchante/status/1696543455382540794?s=20

[12] https://twitter.com/elpacoenquito/status/1693792027823989229?s=20

[13] Un análisis detallado fue publicado en abril de 2021 en GK: https://gk.city/2021/04/15/a-quien-favorecio-el-voto-nulo/