“Hay que asumir la transformación como un proceso”

Entrevista con Mirtha Vásquez, ex primera ministra de Perú, sobre el Gobierno del país, las razones de su renuncia y sus aprendizajes para transformar desde el Estado.*

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La elección de Pedro Castillo como presidente de Perú despertó esperanzas de un cambio en la política en el país. Castillo, maestro y dirigente sindical, no fue parte de la élite política. Creció en una familia pobre en el pueblo de Puña, en la región Cajamarca, a donde regresó después de la universidad para trabajar como profesor de primaria. Fue invitado como candidato a la presidencia para las elecciones de 2021 por el pequeño partido marxista-leninista Perú Libre.
Sorprendentemente, Castillo obtuvo el 19 % de los votos en la primera vuelta y se ubicó en el primer lugar de los dieciocho candidatos a la presidencia. En la segunda vuelta ganó —a pesar de sus posiciones conservadoras culturales, por ejemplo, contra el feminismo, apoyado por gran parte de las izquierdas peruanas— contra la candidata de la derecha Keiko Fujimori. Obtuvo sus mejores resultados en las provincias tradicionalmente desatendidas por el Estado peruano. La campaña de Castillo tenía la siguiente consigna: “No más pobres en un país rico”, prometió una segunda reforma agraria y fortalecer la educación pública.

Mirtha Esther Vásquez Chuquilín es abogada y defensora de los derechos humanos. En las elecciones parlamentarias extraordinarias de 2020, fue elegida congresista para representar al departamento de Cajamarca. Bajo el mandato del presidente Castillo, fue presidenta del Consejo de Ministros, desde el 6 de octubre de 2021 hasta el 31 de enero de 2022. En esta entrevista cuenta sobre los logros de su gestión en poco tiempo, por qué el “apoyo crítico desde adentro” no está funcionado más en el Gobierno peruano, el rol central de la lucha contra la corrupción y sus aprendizajes para futuros procesos de transformación.

Desde afuera, no se sabe cuánto poder tiene la presidenta del Consejo de los Ministros.

Efectivamente, es un cargo de mucho poder, pero también de mucha responsabilidad. Ahí te das cuenta de que es un espacio desde donde es posible impulsar cambios.

¿Para qué el poder? es la gran pregunta. Yo me sentía muy ilusionada, pues pensaba que desde ahí se podrían lograr transformaciones importantes.

¿En qué transformaciones pensaste? ¿Qué esperanzas tuviste al asumir el cargo?

Como sabía que era un gobierno que se decía de izquierda, con el que además me sentía muy identificada, pensé en varias cosas que tenían que ver con el despliegue de políticas y normas a favor de gente, que habían estado postergadas por mucho tiempo, en poblaciones vulnerables, en la población rural —que es la mayoritaria en nuestro país—, en los indígenas, en las poblaciones marginadas por cuestión de género, etc. Yo sí pensaba que era un espacio para transformar y para mirar cómo convertimos al país en un Estado mucho más inclusivo, sobre todo.

¿Cuánto lograste en solo cuatro meses?


En principio, ya que se trataba de un cargo de mucho poder, tenía sus límites. No puedes impulsar cambios, echar a andar ciertos procesos, al menos no de manera tan rápida, si no tienes el apoyo decidido del presidente.

¿Pero esos también fueron objetivos de su campaña?

En teoría sí, pero en la práctica era difícil concretar. Tal vez también por el contexto. Cuando llegué, sentía al presidente ya muy agobiado y distraído por los ataques del Congreso y de la prensa. Claro, era comprensible, pues teníamos una derecha que desde el primer día estaba intentando deslegitimarlo, atacar su permanencia al frente del Gobierno, preparar una vacancia, y eso lógicamente quita atención sobre los temas de fondo.

De hecho, había muy poco espacio para reflexionar sobre los objetivos del Gobierno y qué queríamos impulsar a corto, mediano y largo plazo. Para mí era difícil sentar al presidente las horas necesarias para discutir esto; además, las reuniones que teníamos eran cortas y, sobre todo, servían para ver las cosas prácticas. Eso me empezó a preocupar, y a partir de esta situación empecé a percibir mucha inestabilidad en el escenario, incluso en mi rol. Tuve que pensar en términos más individuales y prácticos sobre qué hacer desde mi responsabilidad o qué objetivos podría trazarme. Debía tomar en cuenta lo más urgente, pero que no implicara procesos de muy largo plazo, cosas concretas sobre las que podía avanzar, pues era consciente de que en cualquier momento podía irme.

¿Qué cosas sí se puede lograr en esa situación sin mayoría propia en el Congreso?

Yo estaba pensando en tres dimensiones. Primero, era importante dar algunos elementos de gobernabilidad y de estabilidad para el país. No se tra­taba solamente de intentar de acercarme a todos los actores, inclu­yendo al Congreso por más que sea un sector muy resistente. Tenía un objetivo más político:  demostrar que, como Gobierno, éramos dialogantes, que teníamos apertura. De esa manera, no les dábamos elementos para que siguieran cuestionando al gobierno del presidente Castillo por este tema, sobre todo después del tiempo de Guido Bellido, [1] que generó mucha confrontación. Había que volver a una situación de mínima calma y estabilidad.

Eso, de alguna manera, se logró porque yo soy una persona que cree en el consenso, y demostramos mucha apertura para hablar con diferentes sectores, incluso los más cuestionadores. Claro que siempre tienes a gente muy resistente, que por más que puedas demostrarle mucha apertura no van a querer entablar ningún tipo de acuerdo, pero fueron buenos gestos y políticamente se logró un momento de mínima tranquilidad, al menos entre poderes del Estado, que era necesario para avanzar en otros asuntos.

Segundo, quería programáticamente definir algunos objetivos como Gobierno, sobre todo me tracé objetivos urgentes para el país a corto plazo. Por ejemplo, resolver y tratar de abordar rápidamente los conflictos sociales, porque cuando entré también teníamos una situación álgida de conflictividad en varias partes del país: teníamos en Las Bambas a Cotabambas con la carretera tomada; en Puno lo mismo con Coata; a los cocaleros tomando el puente de Inambari, etc.
Entonces, a corto plazo debíamos primero desescalar esos conflictos para empezar a abordarlos con otros enfoques, con diálogo y transformación, en ese momento me empecé a ocupar. Los primeros meses fueron para mí duros. Iba de un lugar a otro porque ya no había otra forma de bajar la tensión que presentarme personalmente para dar la cara a nombre del Gobierno y conversar con la gente. Esto no me costaba porque mi trabajo ha sido siempre con comunidades, para mí era fácil conectar con las personas, escucharlas, hablarles y además hacerlo con mucha sinceridad en relación con las posibilidades de sus demandas. Luego de desescalar esos conflictos, el objetivo era empezar una política diferente de tratamiento de los conflictos: tuve que rehacer todos los equipos, sacar gente que estaba al frente de esas oficinas y que no era idónea para manejar temas tan delicados, poner a gente que realmente tenía experiencia en trabajar esos temas.

Mi objetivo era abordar los conflictos con otros enfoques, que no volviéramos a esa vieja política de usar la represión para tratar de afrontarlos, porque yo misma he vivido eso y creo que ese abordaje, lejos de resolver los problemas, los agudiza; además, si estábamos en un gobierno que se decía del pueblo, por lo menos eso deberíamos cambiar. Mi planteamiento era “la gente tiene que sentir confianza en este Gobierno, tenemos que bajar el nivel de tensión de los conflictos sin represión y empezar a mirar mecanismos donde podamos discutir honestamente con la gente sus demandas y preocupaciones y ver cómo esos territorios podían tener la oportunidad de nuevas dinámicas”, eso se encaminó muy bien.

Lo tercero que me parecía importantísimo de manera inmediata era implementar el retorno a clases; éramos el último país en retomar la presencialidad, y millones de niños, adolescentes y jóvenes estaban quedando al margen de la educación. Cuando llegué, teníamos como ministro de Educación a una persona muy bien intencionada, pero bastante mayor y con muy poca proactividad en temas concretos como estos. Yo hablaba con él para organizar el retorno a clases y él respondía que tenía mucho temor por lo que podría pasar. Me decía: “Si los niños vuelven a clases se van a contagiar, se van a morir, va a ser nuestra responsabilidad”, y yo insistía en que debíamos hacerlo, claro de la mano con una política responsable que sí podíamos implementar.

En este interín, censuraron a este ministro y tuve la oportunidad de escoger otra persona para el cargo. Con el nuevo titular logramos colocar esto como objetivo urgente, prioritario y ponerlo en marcha; formamos un equipo multisectorial para llevar adelante el tema. Empezó a funcionar, establecimos el plan de retorno y el camino a la vuelta a clases. Solo el hecho de haberlo encaminado me dejaba tranquila, porque pensaba: “Si me voy mañana, esto va a tener que continuar”. El nuevo ministro tomó bien las riendas del asunto.

Un éxito práctico y palpable.


Para mí es una de las cosas más importantes que logramos.

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* Entrevista realizada por Ferdinand Muggenthaler, el 22 de abril de 2022.

[1] Presidente del Consejo de Ministros anterior, desde el 29 de julio hasta su renuncia el 6 de octubre de 2021.