Análisis de las elecciones federales alemanas 2021

Analizando las Elecciones Federales Alemanas del 2021

Una reorganización del centro político y un desastre para la izquierda

 

Por Horst Kahrs[1]

 

Las elecciones a la vigésima sesión del parlamento alemán, el Bundestag, marcaron el final de los 16 años de la cancillería de Angela Merkel. Y junto con su administración, una conmoción en el sistema de partidos ha llegado a un final temporal: después de los socialdemócratas (SPD), los demócratas cristianos y su partido hermano de Baviera, la Unión Social Cristiana (CDU / CSU) -el último que queda del viejo estilo de ‘partido popular’ – ya no puede cruzar fácilmente el umbral del 30 % y así ejercer un papel dominante en el gobierno. El sistema alemán de partidos políticos se ha pluralizado.

Como era de esperar tras las recientes elecciones estatales, el partido antidemocrático Alternative für Deutschland (AfD) consolidó su posición y en este momento el sistema de partidos está dividido. Los partidos democráticos se enfrentan con una fuerza política que desestima repetidamente las reglas constitucionales para la resolución de conflictos de intereses políticos; la cuestión de hasta cuándo puede durar el ‘cortafuegos’ contra los antidemocráticos, queda principalmente en manos de la CDU / CSU.

El fin del gobierno de Merkel también marca el final de una década de un reacio ‘retorno del Estado’. En las diversas crisis desde 2008, el estado alemán ha actuado como una autoridad que salva y protege la población de las catástrofes del mercado y la naturaleza provocadas por los mismos seres humanos. Desde la crisis del COVID-19, en general se ha hecho evidente la necesidad de una modernización de las instituciones públicas, es decir del Estado. La composición y programa del nuevo gobierno tendrán que decidir cómo se desenvolverá la transformación hacia un «capitalismo verde»: ¿con plena confianza en las fuerzas «desenfrenadas» del mercado, o impulsado por inversiones y regulaciones impuestas por una Estado democrático y modernizado? Los resultados electorales muestran que entre la población no existe una preferencia claramente marcada.

Es probable que el próximo gobierno federal esté formado por tres partidos (sin CDU / CSU) o cuatro (con ellos). El candidato a Canciller de la CDU, Armin Laschet, ya insinuaba en la noche de las elecciones que nuevos modelos, como el “modelo austriaco” (una coalición entre conservadores y Verdes) podrían cobrar importancia. Después de la era Merkel, el equilibrio político de poder en Alemania se reorganizará. Efectivamente, y sin descartar la posibilidad de que entren nuevos partidos y desaparezcan los antiguos. La transformación hacia un sistema multipartidista con tres partidos que ganan entre el 15% y el 25% del voto y varios partidos entre el 5% y el 10%, parece estar completa. La flexibilidad y volatilidad entre los votantes alemanes también sigue creciendo.

 

Participación electoral y circunstancias singulares

 La participación fue ligeramente más alta que en 2017, y parece obvio que las encuestas impulsaron la participación. El SPD en particular parece haber logrado movilizar a la gente que por lo general no acude a las urnas. Hubo filas más largas en algunas mesas de votación, a pesar de una tasa históricamente alta de votos por correo.

Las circunstancias actuales en las que los votantes decidieron la composición del Bundestag diferían en muchos aspectos de las de elecciones anteriores. Una particularidad, por supuesto, fue una pandemia que continúa y la persistencia de las respectivas regulaciones que han suspendido las rutinas diarias y promovido el aislamiento social. Después de la tercera ola de la Covid-19, el anhelo de estabilidad y seguridad está muy extendido en la sociedad alemana. Muchas personas están luchando por volver a la normalidad y pueden haber experimentado la campaña en sí como un “evento distante y abstracto”, en las palabras de Stephan Grünewald, del Instituto Rheingold.

Esta elección estuvo marcada por una serie de circunstancias únicas:

  • El Canciller en funciones no se postuló a la reelección. Por lo tanto, estaba claro que al menos en términos de personal, habría un nuevo comienzo. Por tanto, la elección también se centró en la cuestión de cuán grande debería ser este ‘nuevo comienzo’.
  • Por primera vez, no dos, sino tres personas competían por la cancillería. Solo Annalena Baerbock, de Los Verdes, provenía de la oposición, mientras que los otros dos candidatos, Olaf Scholz y Armin Laschet, representaban la coalición que ha gobernado Alemania durante los últimos ocho años.
  • En las últimas semanas antes de las elecciones, ningún partido claramente llevaba la ventaja. Por primera vez desde 2005, era imposible predecir quién iba a ganar, así reflejando un cambio en el sistema de partidos.
  • Por primera vez en la historia de la posguerra, se consideraba que el resultado más probable de las elecciones sería una coalición de tres partidos, sin descartar la posibilidad de cuatro posibles coaliciones tripartitas, todas ya elegidas y probadas en varios estados federales.
  • Dada la multitud de opciones, el carácter de la elección cambió: la elección iba a decidir la composición del Bundestag, no el gobierno venidero; serán los partidos y grupos parlamentarios los responsables de decidir quién gobernará el país. Esto refuerza un aspecto de la democracia parlamentaria que el Presidente Federal se sintió obligado a enfatizar después de las elecciones anteriores: los partidos tienen la obligación de formar un gobierno después de la votación.

Una Reorganización del Centro

El partido demo cristiano y su homólogo baviero obtuvieron el peor resultado de su historia. La CDU cayó por debajo del 20 % (18,9 % ), mientras con su 5.2% la CSU apenas pasó el umbral para ingresar al parlamento (5,0 % ) y juntos perdieron frente al socialdemócrata SPD por primera vez desde 2002. La CDU / CSU no solo presentó un candidato para la cancillería, que no pudo impulsar a su partido, en los últimos meses y años también ha sufrido una caída considerable en términos de cómo el electorado evalúa su competencia política.

Sin embargo, el resultado superó las bajas cifras pronosticadas por las encuestas, a lo mejor debido a la movilización de sus votantes centrales, aterrorizados por la posibilidad de un ‘deslizamiento hacia la izquierda’, lo que finalmente no sucedió, y la dirección política del partido se declaró la victoria después de la jornada electoral. No obstante, lo que olvidaron fue que, para una mayoría parlamentaria contra un gobierno de centro izquierda, liderado por el SPD con Los Verdes y Die Linke, necesitarían legisladores de la AfD. Por lo tanto, un mensaje oculto de la noche de las elecciones también fue: cuando se trata de derribar a los «rojos», la CDU incluso estaría dispuesto a cooperar con la AfD.

Por otro lado, la CDU / CSU aún podría liderar el nuevo gobierno si logra llegar a un acuerdo con Los Verdes y el liberal FDP para formar un gobierno, lo que ayudaría a mantener los conflictos internos del partido bajo control. Estos conflictos se han visibilizado una y otra vez desde las últimas elecciones al Bundestag, y controlarlos será necesario para, al menos, posponer una mayor desintegración del partido. Como oposición, por otro lado, un conflicto abierto sobre su futura dirección estratégica se volvería inevitable.

El SPD es el ganador de esta elección. Olaf Scholz puede reivindicar la victoria e intentar formar una mayoría gubernamental. Lo llamativo del éxito electoral —en comparación con las tres elecciones anteriores— es la coherencia y unidad con la que el SPD implementó su estrategia. En los estados del este de Alemania, el SPD claramente superó a la CDU. En Brandeburgo logró su mejor resultado con un 29,5 % del voto. Es el segundo partido más fuerte detrás de la AfD en Turingia, con el 23,4 % , y en Sajonia terminó con un 19,3 % .

El SPD adoptó desde el principio una estrategia electoral evidentemente combativa, y lo sostuvo contra la burla pública y todas las predicciones de una caída estrepitosa. Cuando Olaf Scholz fue anunciado como candidato a Canciller hace más de un año, el SPD se encontraba muy atrás de la CDU/CSU y Los Verdes. Muchos preguntaron: ¿por qué necesitaba el partido un candidato para la cancillería, si no es para masajear su propio ego? ¿Con quién podría Scholz formar gobierno? Pero el SPD fue el único partido que comprendió al inicio de la campaña lo que significaría la renuncia de Angela Merkel. Como escribí en septiembre del año pasado, «si el SPD verdaderamente quiere expandir su base y capturar la cancillería, necesita atraer a los votantes que votarían por Scholz antes que la CDU».

La notable presencia de otras crisis a la hora de las elecciones —el desastre de las inundaciones, los incendios forestales y la retirada de Afganistán—puede haber fortalecido aún más el impulso del «cuasi-oficialista» Scholz. Políticamente, Olaf Scholz confió en su capacidad de reconquistar a los partidarios de Merkel de tendencia socialdemócrata, a través de tres temas concretos que también podían servir de pantalla para la proyección de toda clase de interpretaciones: el “respeto” y la “dignidad” para las personas trabajadoras, un aumento significativo en el salario mínimo junto con aumentos de impuestos moderados para las personas que «ganan tanto como yo o más», y una política industrial amigable con el clima.

Lo que puede lograr un Canciller del SPD, en qué constelación política, y lo que Olaf Scholz «verdaderamente» representa, está abierto a debate. Lo que sí es indiscutible, sin embargo, es que ha conseguido darle al SPD lo que más necesitaba tras una larga etapa de declive: la imagen de poder ganar y volver a tomar decisiones estratégicas. Queda por ver cuánto dure.

Los Verdes pueden celebrar un éxito electoral histórico —su mejor resultado en una elección federal— aunque no alcanzaron las expectativas basadas en las buenas cifras de las encuestas hasta principios del verano. Con toda probabilidad, serán parte del próximo gobierno federal, y es posible que tengan que lidiar con Christian Linder como ministro de finanzas, una persona que no solo está comprometido con mantener el ‘cero negro’ (un presupuesto federal equilibrado) sin aumentar los impuestos, sino que también tiene una concepción fundamentalmente distinta del papel del Estado en la vida pública.

Durante mucho tiempo, Los Verdes venían ocupando un lugar prominente en las encuestas. Al mismo tiempo, la experiencia nos ha enseñado que cuanto más se acerca el día de las elecciones, más votantes se preguntan si realmente estaban de acuerdo con los cambios que proponían Los Verdes y cómo ellos planeaban implementarlos. Los Verdes, con su imagen de partido ambientalista y del clima, han sido en varias ocasiones buenos para el estado de ánimo político, pero al momento de comprometerse con sus políticas, los índices de aprobación disminuyeron. Si se puede creer en las encuestas, no son los votantes más jóvenes, sino los mayores que prefieren una transformación más relajada hacia el capitalismo verde con la CDU o el SPD.

Las encuestas indican que una clara mayoría de la población está abierta a cambios en la política climática: por supuesto, en distintos niveles. Pero lo que preocupa a muchos es el sentimiento de que, como consumidores y ciudadanos, solo ellos deberían ser los responsables de evitar la catástrofe climática. Al otro lado de las líneas partidistas se ha hablado de responsabilidad personal en muchas áreas de la sociedad durante décadas. El temor de ser empujados hacia una espiral tan abrumadora por las políticas de Los Verdes, lleva a muchas personas cuya posición política es más o menos verde y amigable con el clima, a poner su voto en otra parte.

 

Consolidación a la derecha, catástrofe a la izquierda

 Por su parte, Die Linke sufrió un resultado desastroso. Lejos de lograr su objetivo de un porcentaje del voto de dos dígitos y de ahí participación en el gobierno, con un 4,9 % ni siquiera alcanzó el umbral para ingresar al parlamento y perdió más de dos millones de votos. Es decir, casi la mitad de su votación del 2017. Y según estimaciones preliminares de la encuestadora Infratest dimap, aproximadamente la mitad de los votos perdidos se trasladaron a los partidos que representan los socios preferidos de coalición, el SPD y Los Verdes. Sin embargo, debido a que el partido pudo defender tres mandatos directos en Leipzig (Sören Pellmann) y Berlín (Gesine Lötzsch y Gregor Gysi), sí entrará al Bundestag con un grupo, y a lo mejor derechos parlamentarios limitados, a través de la ‘cláusula de mandato básico’. Así se evitó el peor de todos los escenarios.

En los cinco estados del este de Alemania, Die Linke solo logró porcentajes de votación de dos dígitos: en Turingia (11.4 % ) y Mecklemburgo-Pomerania Occidental (11.1 % ). En Brandeburgo, con un 8.5 % , incluso fue superado por Los Verdes (9.0 % ). El promedio de los cinco estados fue de solo el 9.8 % .

Son previsibles duras luchas internas sobre la dirección futura del partido. Se puede citar las debilidades tácticas como la causa del pobre resultado de las elecciones, pero en realidad estas son la consecuencia de problemas más profundos y debilidades estratégicas persistentes. Debido a la pandemia, la nueva directiva de Die Linke, al igual que la CDU, no tuvo el tiempo necesario antes de las elecciones para de establecer sus propios acentos positivos y, de ahí, lograr diferenciarse.

Desde el colapso del gobierno minoritario de Hannelore Kraft en el estado de Renania del Norte-Westfalia y la posterior incapacidad de Die Linke de lograr la reelección al parlamento estatal en 2012, el partido se vio obligado a desarrollar una estrategia digna de su nombre. Las estrategias están orientadas hacia horizontes temporales a mediano plazo, es decir más allá de un solo período de la legislatura. Estas incluyen: promesas electorales programáticas sobre principios políticos normativos generales; respuestas a preguntas sobre el papel adecuado de la maximización de votos y/o el poder de negociación política; y qué promesas electorales pueden cumplirse dado el equilibrio de fuerzas entre los diferentes partidos. Es probable que en Die Linke no falten tales consideraciones, todo lo contrario. Lo que falta, sin embargo, es un centro estratégico capaz de consolidar el apoyo de los activistas del partido tras una estrategia que permita persuadir a los votantes a respaldar el programa del partido. Por tanto el objetivo de la dirección del partido en los próximos dos años es reconocer y superar los “errores de los últimos años” y «reconstruir el partido», como constató el domingo por la noche la co-presidenta del partido, Susanne Hennig-Wellsow.

Por su parte, los Demócratas Libres (FDP) llegan al nuevo Bundestag con un sólido resultado de dos dígitos. Una vez más, deben su victoria a una campaña en torno al líder del partido Christian Lindner. Llama la atención que los votantes, especialmente los hombres jóvenes consideran que el partido goza de una competencia considerable en la esfera de la ‘digitalización’. Al mismo tiempo, ha surgido en los últimos años una pequeña ‘ala’ social-liberal que rechaza la visión del estado y la libertad promovida por Lindner: es decir el Estado como un monstruo burocrático que se debe domesticar y restringir.

El FDP logró presentarse como crítico moderado de las medidas tomadas durante la pandemia y sus impactos sobre los derechos civiles. Al hacerlo, trazó una delgada línea entre los derechos civiles democráticos liberales y el desprecio por el Estado basado en el libertarianismo, que considera toda actividad estatal como una amenaza a las libertades de los vaqueros de libre mercado. Sin embargo, y sobre todo, el FDP de Lindner se benefició de la debilidad de la CDU/CSU y la contrastante fuerza del SPD. La CDU/CSU ya no parecía lo suficientemente fuerte para nombrar al Canciller en una alianza bipartita con Los Verdes, mientras que la el SPD se hizo lo suficientemente fuerte en las encuestas como para nombrar al Canciller en una alianza tripartita. En ambos casos, el FDP jugaría un papel central: junto con Los Verdes, podría convertir a Armin Laschet en Canciller e impedir un “gobierno de izquierda” bajo Olaf Scholz. Desde hace mucho tiempo al partido de libre mercado no se le había prestado tanta importancia en el período pre electoral, y Lindner logró alimentar ese sentido de importancia con sus evidentes ambiciones por ocupar el puesto de ministro de Finanzas. En el 2021, al parecer, el mensaje es ‘mejor gobernar mal que no gobernar’.

 

Mientras tanto, la AfD ingresa al Bundestag alemán por segunda vez aun cuando sea con pequeñas pérdidas. Tal vez ya no será el partido de oposición más grande: a menos que el SPD y la CDU vuelvan a formar una coalición. En el estado de Turingia, donde el partido está dirigido por el notorio extremista de extrema derecha Björn Höcke, se convirtió en el partido más fuerte, con el 24 % (y cinco escaños directos), como sucedió también en Sajonia con el 24,6 % (y diez mandatos directos). En los otros tres estados del este de Alemania, su resultado osciló entre el 18 % y el 19,6 %.

 

Los resultados de la AfD – junto con los resultados de las elecciones estatales, todos los cuales condujeron a un retorno levemente debilitado al parlamento – muestran que la AfD pudo establecerse en el sistema de partidos y ha logrado construir un electorado sólido. En muchas regiones del país este núcleo electoral parece estar vinculado a la formación de sus propios entornos políticos, que al aislarse del flujo de información social y el debate público, han creado canales de información, convicciones grupales y realidades propias. Después de las elecciones al Bundestag, el partido decidirá su camino futuro: transformarse en un partido parlamentario que busque formar parte de un bloque conservador, o continuar como movimiento, utilizando cada protesta emergente contra las políticas estatales como una oportunidad para la radicalización y la hostilidad hacia la democracia.

 

¿Cuáles fueron las principales preocupaciones de los votantes?

 Cuando se les preguntó a los votantes el día de las elecciones sobre sus mayores preocupaciones, las respuestas correspondían en gran medida a las divisiones político-partidistas: que muchos extranjeros llegan a Alemania fue una preocupación de los partidarios del FDP y la AfD; que el islam tenga demasiada influencia preocupaba a la mayoría de los votantes de la AfD, pero menos a los del FDP y la CDU / CSU, y solo en cierta medida por los votantes del SPD. Las preocupaciones respecto a la calidad de vida fueron principalmente atribuibles a los votantes de la AfD, al igual que la preocupación por el cambio excesivo en Alemania. La preocupación por las consecuencias del cambio climático unió a los partidarios de Die Linke a la CDU, y fue ligeramente predominante entre los votantes del FDP, pero no entre la los de la AfD.

A pesar de todos los debates sobre las divisiones sociales, la creciente brecha entre ricos y pobres, y la amenaza al ‘Centro’ social, la mayoría de los votantes opinaba que las cosas son ‘más justas’ que injustas en Alemania. Más de dos tercios de los partidarios de la CDU/CSU, Los Verdes y el FDP, y una ligera mayoría de partidarios del SPD compartían esta opinión. Por otro lado, los partidarios de Die Linke y la AfD ven la situación de manera radicalmente diferente. Un futuro gobierno federal, ya sea liderado por el SPD o la CDU, sería, por tanto, un gobierno cuyos partidarios consideren que el orden social actual es ‘bastante justo’.

La situación es diferente cuando se trata de la distribución de la riqueza económica. Aquí, el 77 % de todos los encuestados, y entre el 57 % de los partidarios de CDU / CSU y el 96 % de los partidarios de Die Linke, dicen que la riqueza no se distribuye de manera justa. ¿Cómo puede ser que solo el 45 % de todos los encuestados (o el 19 % de los partidarios de CDU / CSU) piensen que la situación es más o menos injusta en Alemania, pero al mismo tiempo el 77 % (y el 57 % de los partidarios de CDU / CSU) dice que la riqueza se distribuye de forma injusta? Aparentemente, la repuesta es que la mala distribución de la riqueza no necesariamente contradice la opinión de que el orden social en su conjunto es justo (y, por tanto, legítimo).

Estas aparentes contradicciones de conciencia popular no desaparecen cuando la pregunta tiene que ver con el futuro del país y la necesidad de ‘algunos cambios de rumbo’ (51 %), un ‘cambio fundamental’ (40 %), o ‘que todo permanezca esencialmente como está’ (6 %). Si bien para un 21% sería bueno un ‘cambio fundamental’ en comparación con 2017, las cifras aproximan el mismo nivel que en 1998 y el 2009, pero son más bajas en comparación con el 2005. Actualmente, el deseo de cambio fundamental varía mucho según la línea política de los partidos, que suceda es importante para dos tercios o más de los partidarios de Die Linke, Los Verdes y la AfD, pero solo para una minoría de militantes de los demás partidos.

Sin embargo, los motivos que subyacen la decisión electoral no se encuentran necesariamente en estos puntos de vista, preocupaciones y deseos. Según Infratest, el 48 % de los votantes del SPD dicen que sin Olaf Scholz no habrían votado por el SPD. Y esto corresponde, aproximadamente, a las cifras de las encuestas a finales de 2020/principios de 2021.

 

¿Qué viene luego?

 Quién termine liderando el próximo gobierno de Alemania tendrá que lidiar con una serie de asuntos políticos de gran importancia que fueron ignorados durante la campaña electoral:

  • Refugiados y migración: la inmigración de trabajadores calificados y su integración y estatus legal están cobrando fuerza en la agenda política dado la estructura por edades de la fuerza laboral nacional, la inmigración al mercado laboral y la política no resuelta de los refugiados.
  • La democracia como forma de vida: el tono cada vez más crudo de la vida política cotidiana y las amenazas a los políticos locales – hasta de asesinato – ponen en peligro la resolución democrática de conflictos dentro de la sociedad, y en conjunto con las burbujas de comunicación identidaria, promueven la exclusión mutua antes que el compromiso. El principio democrático de debate y admisión de que el otro también pueda tener razón y el reconocimiento de una realidad común son conceptos que se comparten cada vez menos, y así se abandona la base para un debate democrático.
  • El futuro de los servicios para los mayores de edad y las finanzas del estado de bienestar: la generación baby boom apenas comienza a jubilarse. En cuanto a la mayor digitalización del mundo del trabajo, por un lado, y la política climática por el otro, los conflictos del eje temporal “para hoy/para el futuro” llegarán a un punto crítico. En otras palabras: en los próximos diez años, se tendrán que convencer a cada vez más ciudadanos de la necesidad de proyectos políticos cuyos frutos no llegarán a disfrutar.
  • Europa y la UE como marco de acción: en realidad, es indiscutible que tareas fundamentales como los refugiados y la migración, la política energética y climática, y la infraestructura pública digital, solo pueden abordarse dentro de un marco europeo. Sin embargo, en la campaña electoral se evitaron cuestiones fundamentales para el desarrollo futuro de la Unión Europea: una comunidad inversora, una unión de transferencias, la política europea de negociación colectiva, etc.
  • La política exterior alemana: se postergó el debate sobre las lecciones a aprender de la guerra de la OTAN en Afganistán (con mandato de la ONU) y su participación alemana, aun cuando parece obvio que EE.UU. va a mantener el cambio de actitud hacia la OTAN, que se inició bajo Obama, fue reforzado bajo Trump, y ahora sigue bajo el nuevo presidente Biden. ¿Qué significa esto para el papel de Alemania en el mundo y para la política exterior estratégica europea?

El próximo gobierno tendrá que poner en marcha durante cuatro años iniciativas importantes que tendrán un impacto masivo en las condiciones de vida a 20- 30 años e incluso más. Aun cuando esta tarea se aborde con valentía, nada sugiere que el equilibrio político se establezca en condiciones intensificadas de transformación. De hecho, es muy posible que el próximo gobierno sea nada más que un gobierno de transición.

[1] Horst Kahrs es investigador analista de la estructura social y de clase en el Instituto de Análisis Social Crítico de la Fundación Rosa Luxemburg, en Berlín