¿Fatalidad o decálogo naturalista?

Buena parte de la herencia de la vieja izquierda ha sido el bastimento de un discurso reivindicativo sobre la desigualdad y la injusticia. Y, como contrapeso, una amplia gama de potentes estudios sobre la inequidad y la explotación capitalista.
Pero lo que se presenta hoy como correlato a esa herencia suele parecerse al discurso de la fatalidad o un decálogo naturalista. Es decir, un extenso alegato de la culpa capitalista moderna contrapuesta a pequeños y marginales modelos de supervivencia económica y social.

El tono de ese correlato es tremendamente triste y nada movilizador. Intitular a un texto Alternativas al desarrollo, la destrucción del planeta no es un destino esboza un escenario tan berreado como terrorífico. Un recurso manido que ni siquiera un lector impávido puede ignorar sin que se le ocurra –o sueñe- que debajo de semejante dosel hay –tiene que haber- una propuesta política distinta y luminosa.

La política también es un discurso. Mejor corto que largo. Una defensa social. Una seducción de verdades, no una colección de desgracias. Puedo concordar en que la historia de la dominación capitalista determina nuestra relación con el mundo conocido, y que no hay nada tan desolador como los métodos de expoliación económica utilizados en cada fase del desarrollo global en un lado u otro del planeta, pero el recurso didáctico de un texto que procura hacer conciencia, levantar y desatar debates y luchas e incitar a la acción social, sobre todo esto último, debería reducir su voluntarismo colectivista y recrear su fórmula discursiva para la praxis política.

La estructura pedagógica de “Alternativas al desarrollo, la destrucción del planeta no es destino” (que también es una suerte de manifiesto) ganaría mucho si alteráramos su fatalidad lingüística, y reubicáramos a la política como puntal básico de toda movilización no natural. La palabra es algo más que una larga oración terrigenista o anticapitalista, y puede proporcionar a la gente herramientas para pensar -y pensarse- dentro de una lucha social específica. ¿Cuál lucha? ¿La tierra? Sí. ¿La naturaleza? Sí. ¿La mujer? Sí. O quizás la categoría que encierra a todas las luchas: la política.

El folleto da para decir más pero una reseña limita mi espacio de análisis.

*Carol Murillo Ruiz: Consejera de Asuntos Culturales y Académicos en Embajada Del Ecuador en México